domingo, 12 de julio de 2020

EL MAS CABALLERO DE LOS CABALLEROS.


Resulta muy probable que al escuchar hablar de José María López Lledín, muy pocas personas sepan realmente de quién se trata. Pero si por el contrario, leyera que se trata de El Caballero de París, la inmensa mayoría de los cubanos identificaría de inmediato a uno de los personajes más conocidos y simbólicos de  nuestra ciudad .
Es cierto que muchos no lo conocieron, pero, indudablemente, las leyendas urbanas, esas que parten de hechos reales distorsionados y con datos ficticios, ubican a La Habana como fuente de abasto de historias míticas que guardan poderosos secretos. Así ocurre con el testimonio de la vida de este personaje que encarna uno de los peldaños más altos de esas leyendas de figuras callejeras, rodeado del folclore que forma parte de la historia capitalina.
Decía llamarse Don Emanuele, Francisco José, Antonesco María de Jesús, San Germán, Carlos, Alfonso, Luis, Felipe, Santiago, Pelayo y hasta Enrique. Su apellido, que no era menos largo que su nombre, incluía los apelativos: López, Llervandik, Grau, Mauraz, Soto, Méndez de Núñez, Luna de León y Flandes de Vieja, aunque familiarmente le decían el Caballero de París, sin que la partida de nacimiento que atestiguaba su existencia terrenal, se hubiera expedido precisamente en la Ciudad Luz.
Lo cierto es que nuestro entrañable y peculiar Caballero, nació en Fonsagrada, provincia de Lugo, en Galicia, España, el 30 de diciembre de 1899 y fue el único de once hermanos que aprendió a leer y a escribir. Dicen que dedicó muchísimas horas a completar su educción, no pudo concluir sus estudios de Bachillerato, pero siempre prefirió la lectura y la buena música.
Llegó a Cuba sin haber cumplido los quince años de edad y trabajó en diferentes actividades, como suelen hacer los emigrados y se dice que trabajó como sirviente de restaurante en los hoteles Inglaterra, Telégrafo, Sevilla, Manhattan, Royal Palm, Salón A y Saratoga.
Era de mediana estatura, menos de 6 pies y tenía el pelo desaliñado, castaño oscuro, con profusión de canas y barba, con uñas largas por no haberse cortado en muchos años y siempre se vestía de negro, con una capa también de ese color, incluso en el calor del verano; llevaba consigo un montón de papeles y una bolsa donde iban todas sus pertenencias.
"Ningún habanero habría ofendido de palabra o de obra al Caballero de París, asegura el Doctor Eusebio Leal, historiador de La Habana, admirado calladamente… ni niño alguno lanzaría contra él una palabra altisonante; a nadie importunaba, no podíamos explicarnos dónde comía o bebía, y, en su aparente vagar por la capital, era probable hallarlo en algún sitio recóndito donde ocultaba su lecho ordenado con restos de papeles y cartones, inseparablemente unido a su insólita biblioteca."
En realidad nadie sabe de dónde le vino su apodo, quizás de su forma de vestir o de sus historias de reyes y piratas que contaba a todos; lo que sí es cierto es que pocos sabían su verdadero nombre y para todos era sencillamente el Caballero de París, inmortalizado por autores musicales, pintores y poetas que lo citan como referente indiscutible de La Habana.
Se cuenta que perdió el equilibrio mental después de haber sufrido prisión en El Castillo del Príncipe en La Habana, de manera injusta por un delito que no cometió, tras su excarcelación y a partir de las primeras décadas del siglo XX comenzó a deambular por las calles devenido personaje popular que cambiaba de personalidad y que le acompañó hasta su muerte.
Hasta  Diciembre de 1977, cercano a sus 80 años, se le vió por las calles momento en que fue necesario internarlo en el Hospital Psiquiátrico de La Habana en las afueras de la ciudad, para tratar de mejorar su delicado estado mental. Su psiquiatra el Dr. Luis Calzadilla Fierro, último acompañante de sus días a quien llamó su fiel mosquetero dictaminó que padecía de Parafrenia: delirio imaginativo con confabulaciones y un deterioro no significativo de la personalidad.
La historia de vida está recogida en un libro del mencionado psiquiatra,  titulado “Yo soy el Caballero de París” publicado en el año 2000, en el que publica una copia fotográfica del certificado de nacimiento y la lista de entradas de pasajeros cuando él llegó a Cuba y una copiosa documentación hasta el reporte de su autopsia.
“El Caballero” confesó a Calzadilla que nunca se había casado, pero que tenía un hijo y una hija de una señora que era secretaria de una compañía azucarera. También le contó que su hijo vivía en Marianao y trabajaba en la radio, y que la madre e hija se habían ido de Cuba.
El 11 de julio de 1985, el caballero andante de las calles habaneras se despidió de este mundo, pero según se cree antes de partir recobró algo de lucidez.
Cuenta su doctor que aquel  día de su muerte, Lledín inició un curioso diálogo como si quisiera despedirse de él para siempre:
-Lo encuentro tranquilo, sereno, como alguien que al fin ha logrado la paz consigo mismo. Buenas tardes, Caballero.
- Buenas tardes, Calzadilla. Te esperaba y por favor no me llames más Caballero -contesta al saludo, en voz muy baja, casi inaudible (...).
- ¿Por qué no quiere que le llame Caballero? -preguntó curioso.
- Ya no soy el Caballero de París. Estos no son tiempos de aristócratas ni de caballeros andantes.
- ¿Ya yo no soy tampoco, su fiel mosquetero? -preguntó.
- No, Calzadilla, desde hace años sólo eres mi fiel psiquiatra."
Estas y otras confesiones fueron registradas por el Dr.Calzadilla en su libro, en cuya dedicatoria se puede leer: "A la memoria del loco más cuerdo que haya conocido jamás (...) de su psiquiatra y fiel mosquetero."
No importa su desaparición física de las calles pues quedan sus andanzas, ahora en el imaginario popular, en el recuerdo y en las leyendas de esa Habana que lo eternizó. Lo evocamos cada día los miles de transeúntes que podemos verlo o tocarlo, en una estatua de bronce, de tamaño natural, fruto del escultor José Villa Soberón, ubicada en la adoquinada calle de los Oficios, junto a la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís, a unos pasos de la Plaza de las Palomas.
Hoy, en el 35 aniversario de su fallecimiento, los cubanos lo recordamos y veneramos como uno mas de los nuestros y a mí me gustaría evocarlo en este poema que les dejo.

Hasta siempre querido y eterno caballero andante!

Me quedo con los locos…

Yo prefiero a los locos, 
Los sensibles, los ingenuos 
Los soñadores, los ilusos.

Yo me quedo con los rotos,
los heridos de amor,
los que sangran melodías.

Los que lloran poesía,
los que pintan sonrisas,
los que todavía creen en utopías

Me quedo con aquellos,
que se atreve a seguir soñando,
propagando la esperanza,
e invitando a enamorarse.

Yo me quedo con ellos,
los que no se doblegan,
ante la frivolidad y apatía,
con los que sienten y vibran,
con los que AMAN todavía.

Emiliano Sánchez



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