domingo, 26 de julio de 2020

DESPEDIDA.


Ha llovido mucho en estos días. Después de una larguísima y severa temporada de seca ha comenzado a llover. Curiosamente ayer fue un día en que llovió de manera incontenible. Y yo, con este existencial modo conque obstinadamente siempre intento encontrarle un significado a las cosas, mientras esperaba que al menos amainara un poco para seguir mi camino, me preguntaba el porqué de tan caótico proceder del clima. Hoy lo he entendido todo. Hoy llueve en el medio de mi alma. Se ha ido una de esas personas mágicas que la vida le regala a una en escasísimas oportunidades. Se trata de uno de ésos auténticos seres de luz que te iluminan el día mas obscuro con solo una palabra…yo soy afortunada porque tuvo muchas para mí. No encuentro consuelo, no entiendo cómo ha ocurrido esto, cuando tenías tantos planes, tanta vida, tantos anhelos y proyectos…sin embargo me alivia un tanto pensar que el universo ha estado preparándose para tu llegada, para recibirte limpio y libre de todo mal como el ser genuino, amoroso y bondadoso que fuiste. Si yo supiera escribir te habría despedido con un buen poema, pero solo me queda asistirme de la brutal “Elegía” del grandísimo Miguel Hernández a su entrañable amigo Ramón Seijé. Él nos ha dejado ese legado a todos los que tenemos el infortunio de sobrevivir a quienes amamos y yo lo comparto contigo mientras tarareo su música en mi cabeza. Adiós mi colega, mi amigo, mi hermano Pedro Carlos Lara.
P.D. Nos quedó pendiente un último encuentro y un abrazo final, que nos daremos, sí que sí! Te lo prometo!

“ELEGÍA”

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández.

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