jueves, 28 de febrero de 2019

VERGÜENZA .

                                                                       
                                               
                     



                                                 Si tú me miras yo me vuelvo hermosa
                                                 como la yerba a que bajó el rocío
                                                 y desconocerán mi faz gloriosa
                                                 las altas cañas cuando baje al río.
                                                Tengo vergüenza de mi boca triste,
                                                de mi voz rota y mis rodillas rudas;
                                                ahora que me miraste y que viniste,
                                                me encontré pobre y me palpé desnuda.
                                                Ninguna piedra en el camino hallaste
                                                más desnuda de luz en la alborada,
                                                que esta mujer a la que levantaste,
                                                porque oíste su canto, la mirada.
                                                Yo callaré para que no conozcan
                                                mi dicha los que pasan por el llano
                                                en el fulgor que da mi frente tosca
                                                y en la tremolación que hay en mis manos...
                                                Es noche y baja a la yerba el rocío:
                                                mírame largo y háblame con ternura,
                                                ¡que ya mañana al descender al río
                                                la que besaste llevará hermosura!
                              Poema: Vergüenza-Gabriela Mistral,Chile.
                              Pintura: Vergüenza-Acrylic Painting on Canvas, por Yossi Kotler, Israel.

miércoles, 27 de febrero de 2019

IMPRESCINDIBLE TERNURA.



Pintura: " Ternura" 
Autor: Osvaldo Guayasamín ( 1989)

                       “Una palabra salida del corazón calienta durante tres inviernos”
                                                            Proverbio chino. 

“Hablar de  ternura en estos tiempos de ferocidades, no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos” decía oportunamente el psicoanalista argentino Fernando Ulloa. 
Merece que hagamos un  abordaje a la ternura, ese registro de la comunicación que nos aproxima y nos hace experimentarnos queridos, arropados, destinatarios de la gracia del amor, que  requiere el coraje de mostrar la fortaleza del corazón que se expresa bajo apariencia de debilidad.
Queda por todos entendido que es la ternura la cualidad de la persona que muestra fácilmente el afecto, la dulzura y la simpatía. Es la expresión más serena, bella y firme del respeto y del amor. Es traducción del reconocimiento hacia una persona a la que no se quiere juzgar, sino ayudar. Se muestra en el detalle sutil, en el regalo inesperado, en la mirada cómplice o en el abrazo entregado y sincero.
Gracias a ella, se crean también vínculos, no solo en la pareja o con los hijos, sino en todas las relaciones interpersonales. No es blanda, sino fuerte, firme y audaz, porque se muestra sin barreras, sin miedo. No solo puede leerse la ternura como un acto de coraje, sino también de voluntad para mantener y reforzar el vínculo de una  relación. Hace fuerte el amor y enciende la chispa de la alegría en la adversidad. Gracias a ella toda relación deviene mas profunda y duradera porque su expresión no es mas que un síntoma del deseo de que el otro esté bien.
Favorece la relación terapéutica y se traduce en afabilidad, afecto, amor, cordialidad, dulzura, finura, interés, misericordia, querer bien, estima, caricia, delicadeza, expresión o palabra cariñosa y afectuosa, sensibilidad, simpatía, solicitud. Todo, al servicio de la persona herida y como despliegue de un ayudante maduro e integrado.
La ternura es reclamada inexorablemente por la vulnerabilidad propia y ajena, por nuestra humanidad, por lo que nos define: necesitados de otros para ser, para vivir, para sanar, para estar integrados en la colectividad y tener vida física y social. La ternura es reclamada simplemente por el hecho de ser humanos y querer vivir humanamente.
Cerremos entonces este paseo conceptual acerca de la ternura con las acertadísimas palabras de la Dra  Elisabeth Kübler-Ross:
“Los recuerdos que más nos acompañan en los últimos instantes de nuestra vida no tienen que ver con momentos de triunfo o de éxito, sino con experiencias de ternura, de encuentro profundo con un ser amado, momentos de intimidad cargados de significado: palabras de gratitud, caricias, miradas, un adiós, un reencuentro, un gracias, un perdón, un te quiero. Son esos instantes los que quedan grabados en la memoria gracias a la luz de la ternura que revela la excelencia del ser humano a través del cuidado y el afecto”
Sin ternura moriríamos. Sin ternura moriría la solidaridad. Sin ternura seríamos capaces de matarnos o dejarnos morir.

domingo, 24 de febrero de 2019

ORFANDAD.


“Es espantoso el ruido que se produce cuando un corazón se rompe” Viene a mi mente esta conmovedora frase mientras intento darle forma a estas ideas. No hablo de corazones rotos por los calvarios del enamoramiento y/o las veleidades de los flechazos de Cupido. No, se trata de la muerte, pero no de la muerte en general, sino específicamente de la de los padres. Hay un antes y un después en relación con la muerte de los padres. Vivenciarla es tocar fondo mientras el  corazón, el cuerpo, el alma y el espíritu estallan en mil pedazos…
Enfrentar la orfandad, incluso para personas adultas, es una experiencia sobrecogedora, porque en lo más recóndito del ser humano dormita ese niño que siempre puede acudir a la madre o al padre clamando cuidado y protección. Pero cuando parten, esa opción se desvanece definitivamente, incluso antes de que nos podamos percatar de ello. Y no, nunca se está listo para este tipo de soledad, brutal, agónica y visceralmente dolorosa que nos convoca la partida definitiva de un padre.
Se trata de que ya no estará la posibilidad del mejor y más cálido de los abrazos, se esfuma ese espacio común donde sentirse frágil, vulnerable, sin temor a la desnudez, se desmorona ante nuestros ojos esa intimidad construida por años amén de  tantos desencuentros. Se trata de que ya no estarán aquellos seres a través de los que, con los que e incluso a pesar de los que llegamos a ser lo que somos.
La muerte: de hablar de ella a vivirla, un gran abismo…
Nunca estamos del todo preparados para enfrentar la muerte, más aún si se trata de la de uno de nuestros padres. Es una gran adversidad que difícilmente se llega a superar totalmente. Normalmente lo máximo que se consigue es  un intento de asumirla dignamente para poder convivir con ella. Para superarla, al menos en teoría, tendríamos que entenderla y la muerte, en sentido estricto, es del todo incomprensible. Es uno de los grandes misterios de la existencia: quizás el más grande.
Realmente no solo se va un cuerpo, sino todo un universo. Un mundo hecho de palabras, de caricias, de gestos, de complicidad única e irrepetible. Inclusive, de reiterativos consejos que a veces hartaban un poco y de “manías” que nos hacían sonreír o frotarnos la cabeza porque les reconocemos en ellas. Ahora comienzan a extrañarse de un modo inverosímil. Incluso sucede que comenzamos a replicar  sus comportamientos, modos, maneras… en ese vano, ilusorio y desesperado intento de retenerlos a toda costa. Sin embargo la muerte es astuta, cauta, impredecible… no avisa. Puede presumirse, pero nunca anuncia exactamente cuándo va a llegar. En el fondo quizá la hayamos avistado, pero no nos atrevimos a mirarla de frente porque contra ella nada se puede… entonces todo se sintetiza en un instante y ese instante es categórico y determinante: irreversible. Tantas experiencias vividas al lado de nuestros padres, buenas y malas, se estremecen de repente y quedan sumidas en recuerdos. El ciclo se cumplió y es momento de decir adiós.
Lo que está, sin estar…
Pensamos, por lo general, que nunca va a llegar ese día, hasta que llega y se hace real. Nos quedamos en shock y solamente vemos una caja, con un cuerpo rígido, frío y quieto, que no habla ni se mueve. Que está ahí, y no…
Porque con la muerte comienzan a entenderse muchos aspectos de las vidas de las personas fallecidas. Aparece una comprensión más profunda. Quizás, el hecho de no tener presente a las personas queridas suscita en nosotros el entendimiento sobre el porqué de muchas actitudes hasta entonces incomprensibles, contradictorias o incluso repulsivas.
Por eso, la muerte puede traer consigo un sentimiento de culpa frente a quien murió. Es necesario luchar contra ese sentimiento, ya que no aporta nada, sino hundirte más en la tristeza, sin poder remediar nada ¿Para qué culparse si uno cometió errores? Somos seres humanos y acompañando a esa despedida tiene que existir un perdón: del que se va hacia el que se queda o del que se queda hacia el que se marcha.
Disfrútalos mientras puedas: no van a estar para siempre…
Cuando mueren los padres, con independencia de la edad, las personas suelen experimentar un sentimiento de abandono. Es una muerte diferente a las demás. A su vez, algunas personas se niegan a darle la importancia que el hecho se merece, como mecanismo de defensa, en forma de una negación encubierta. Pero esos duelos no resueltos retornan en forma de enfermedad, de fatiga, de irritabilidad o síntomas de depresión.
Los padres son el primer amor.
No importa cuántos conflictos o diferencias se haya tenido con ellos: son seres únicos e irreemplazables en el mundo emocional. Aunque seamos autónomos e independientes, aunque nuestra relación con ellos haya sido tortuosa. Cuando ya no están, se experimenta su falta como un “nunca más” para una forma de protección y de apoyo que, de uno u otro modo, siempre estuvo ahí.
De hecho, quienes no conocieron a sus padres, o se alejaron de ellos a temprana edad, suelen cargar toda su vida con esas ausencias como un lastre. Una ausencia que es presencia: queda en el corazón un lugar que siempre los reclama.
De cualquier modo, una de las grandes pérdidas en la vida es la de los padres. Puede ser difícil de superar si hubo injusticia o negligencia en el trato hacia ellos. Por eso, mientras estén vivos, es importante hacer conciencia de que los padres no van a estar ahí para siempre. De que son, genética y psicológicamente, la realidad que nos dio origen. Que son únicos y que la vida cambiará ineludiblemente, para bien o para mal, por el resto de la nuestra cuando se hayan ido.
LxA.


ACERCA DEL ENOJO.

"La ira no mejora nada, excepto el arco del lomo del gato"
  Anónimo.



Cuando te enojes vuelve a ti mismo y cuida de tu ira.
Cuando alguien te haga sufrir, regresa a ti mismo y  cuida de tu sufrimiento. 
No digas ni hagas nada porque cualquier cosa que digas o hagas en un estado de ira podría estropear más tu relación. 
La mayoría no lo hacemos, no queremos volver a nosotros mismos, sino perseguir a esa persona para atacarla.
Pero si tu casa se está incendiando lo mas urgente es volver a ella e intentar apagar el fuego, y no echar a correr detrás del que crees que la ha incendiado, porque si lo haces tu casa se quemará mientras te dedicas a atraparle.
Thich Nhat Hanh.

sábado, 23 de febrero de 2019

UN ABRAZO.

Un abrazo.
El abrazo de un ser querido nos ayuda a liberar oxitocina y nos permite sentirnos mejor en el momento, tanto si lo damos como si lo recibimos.
Hay pocas cosas que reconforten más que un abrazo. Porque estos gestos sanan, calman preocupaciones y apagan esos miedos que nos hacen vulnerables, extraños en nuestra propia identidad.
Nuestro cerebro, por curioso que resulte, está programado para conectar con las personas, para construir vínculos que nos garanticen el poder sobrevivir, validarnos como seres capaces, seguros y dignos de dar y recibir felicidad.
Cuando las caricias emocionales no surgen en nuestros contextos cotidianos, cuando nadie nos toca, nos abraza o nos dice aquello de “estoy aquí, contigo, te tengo en cuenta y te quiero” algo en nosotros se apaga muy poco a poco.
Desde la neurociencia nos explican que ningún niño se desarrollará de forma óptima si no es alimentado con muestras de afecto, si no se consuelan sus lágrimas, si no se siente amado y protegido.
A medida que crecemos, nos vestimos con esa armadura donde nos convencemos a nosotros mismos de que somos fuertes e invulnerables, de que podemos con todo y que pocas cosas nos afectan.
Sin embargo, nuestras emociones siguen teniendo las mismas necesidades que las de un niño, porque todos necesitamos sentirnos queridos por las personas que nos son significativas y seguros de que no vamos a ser abandonados.
Los abrazos no resolverán los grandes problemas de este mundo, pero son la solución precisa a los momentos más necesitados.
Los abrazos nos hacen cerrar los ojos por una razón muy concreta
Basta una caricia, un roce y un abrazo de un ser amado para que, al instante, se libere un neuropéptido muy especial que también hace la función de hormona: la oxitocina.
Este compuesto mágico es el “pegamento” con el que se unen las almas, el motor que enciende la relación entre la madre y su hijo, entre las parejas que se quieren y entre los amigos que se valoran y que se ayudan.
También los animales disponen de este neurotransmisor que gesta esos lazos entre las manadas y las unidades sociales que habitan en un ecosistema determinado.
La oxitocina enciende el cerebro y nos invita a ser más amables, más compasivos. Tiene un gran poder en esas áreas relacionadas con las emociones y, a su vez, da forma a que podamos ejecutar un tipo de lenguaje donde no hacen falta las palabras.
Un hecho curioso y que, sin duda, alguna vez te habrá llamado la atención es por qué, cuando nos besamos o nos abrazamos, es común cerrar los ojos.
En esos instantes en que la emoción es intensa y nuestro cerebro se encuentra enfrascado en la liberación de oxitocina, elige cerrar los ojos para que, de este modo, podamos centrarnos en lo que de verdad importa: las emociones.
Abrazar o besar con los ojos abiertos rompe por completo esa intensidad, no la hace auténtica.
La ausencia de abrazos, el vacío del alma.
Cuando pasamos un mal día, cuando nos decepcionan, cuando sentimos miedo, inseguridad o, simplemente, estamos con una gripe u otra enfermedad, es común que necesitemos tumbarnos en el sofá y acurrucarnos un rato.
Poco a poco, nos ponemos en posición fetal y cruzamos los brazos en ese instinto casi natural, por sentir contacto físico, aunque sea el nuestro.
Necesitamos ser envueltos, arropados y protegidos con amor y, en estos casos, pocas cosas son tan terapéuticas como recibir el abrazo de un ser querido, ya sea la pareja, nuestra madre o un amigo.
La necesidad física de seguridad y apoyo a través del tacto nunca desaparece.
Estos actos nos confieren un efecto calmante que, a veces, puede llegar a acelerar la curación de muchas enfermedades.
El sentirnos apoyados y amados fortalece nuestro sistema inmunitario. Ese apoyo emocional sincero y altruista hace mucho más que una simple vitamina.
De hecho, a veces, incluso hasta la mano de un médico sobre nuestro hombro nos da aliento y nos reconforta.
Carecer de estas muestras sencillas de consideración, crean profundos vacíos en nuestra alma, en nuestro cerebro emocional.
En esas situaciones en que te des cuenta de que las palabras ya no sirven o de que la conversación derive a un túnel sin salida, no lo dudes, abraza.
Porque, a veces, un abrazo puede ser la solución para muchas cosas.

viernes, 22 de febrero de 2019

ABANDONO.


A todos nos abandonaron un día.
Y cuando digo abandonar, no me refiero sólo a un acto extraordinario. Traumático. No. Es más simple. Pero duele igual.
A todos nos abandonaron en el medio de la nada. En el inicio de un proyecto. En el placer del logro cumplido. En el momento menos pensado. En el momento más esperado. A veces pasa, que te das vuelta y no tienes quien te junte los mocos, quien te dé la palmada en la espalda, quien te guiñe el ojo cuando algo no te salió bien y quien te limpie las rodillas cuando te resbalaste y caíste.
Todos sabemos de la soledad que se siente cuando nos sentimos solos. Porque todos fuimos abandonados un día. Y entonces, encontramos un secreto tristísimo, un acto paliativo, para tapar ese pozo. Vemos gente que se come la angustia tragándose un paquete de cigarrillos, el otro que corre y corre como un loco a ver si el viento en la cara le vuela ese agujero en el pecho. Personas que se comen las uñas junto con los nervios y la ansiedad paralizante. Paquetes de galletitas que van a parar a la boca sin noción de que lo que se intenta matar, no es el hambre. O por lo menos, no ese “hambre”. Chicos que se perforan la nariz y las venas, con alguna que otra cosa que lo pase a otra realidad por un par de horas. El otro se pone a jugar lo que no tiene. Tú comprarás compulsivamente cosas que no necesitas, para sentirte un poco vivo por un instante. Y yo me quedaré mirando una película, que me habilita disimuladamente a llorar mirando afuera, lo que no tengo ganas de mirar adentro. Es que somos tan jodidos con nosotros mismos que cuando peor estamos, es cuando más nos castigamos. Porque todo eso que te comes, te come a ti. Te pone peor.
Te suma al abandono, la culpa de hacer algo que sabes que no es genuino. Que no es lo que quieres. No comes así por hambre. No corres por deporte, cuando te estás desmoronando. No te intoxicas por placer. No te acuestas con esa chica por amor. Tapas. Escondes. Tiras abajo de la alfombra. Cierras los ojos. Te pones un bozal y un par de auriculares para no escuchar tu corazón. Date cuenta. Te estás comiendo a ti. Y quizá, el secreto esté en frenar. En sentir. En recordar, que en ese abandono lo que te falta, es lo que tienes que buscar.
Amor. Quizá sea hora de pedir ese abrazo. De acostarte en las rodillas de tu mamá. De deponer la soberbia y llamar diciendo, sí, te juro que te necesito. Es ahora. Después no. Ahora. Anda a esa casa. Habla con quién te escucha. Llora. Grita. Dí. Vomita. Pide. Da. Ahora.
Hacer malabares, en medio del caos, no tiene más que un resultado caótico. Resultado que no va a curar la herida que te sangra, porque le estás metiendo una curita. Y las curitas no curan. Las curitas tapan. Y tú sabes muy bien que el dolor tapado no es dolor sanado.
Para un poquito. Mira en el espejo de tu alma. Frena. Mira lo que te falta y sal a buscarlo en dónde creas que lo puedas encontrar. De verdad.
No revolotees como mosca en platos vacíos. Pide ayuda si ves que solo no puedes.
Porque no hay peor abandono que el que se hace a uno mismo. Con eso no se juega. No tienes derecho. Y tampoco te lo mereces.
(LP)


SOBRE LAS OFENSAS, EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN.




Pintura: "El perdón" ( Óleo sobre madera)
Autor: Eva José Cruz Pacheco

Las ofensas provenientes de nuestros seres queridos suelen doler más porque al daño recibido se le suma el sentimiento de haber sido de alguna manera traicionados en nuestra confianza, nuestros afectos o nuestras expectativas. Lo primero es  entender que toda persona se equivoca pues está siempre en proceso de aprender y desarrollarse. Y nadie está exento, por consiguiente todos estamos sujetos a lastimar y ser lastimados. Además, muchas de las limitaciones de los adultos para expresar el amor, provienen de las heridas emocionales que esa persona recibió en su infancia. Por eso, lo más probable es que detrás de los errores de una persona hay un niño o una niña herida que todavía debe crecer.
Todas las ofensas son importantes porque han causado una herida. Una herida mal curada puede causar muchos problemas, aun siendo aparentemente muy pequeña. Ofendemos y somos ofendidos. Nos causan dolor y causamos dolor y no siempre es por maldad. Hay ocasiones en las que ni siquiera somos conscientes del mal que hemos hecho o de lo que ha supuesto para la otra persona. Las ofensas dejan cicatriz pero hay belleza en las cicatrices. Al fin y al cabo… qué es la belleza. Las personas más bellas, para mí, son aquellas que lucen sus cicatrices, sin exhibicionismo, sin rabia, sin rencor, con elegancia y serenidad.
¿Qué es perdonar?
Muchas personas temen que al perdonar le van a dar a la otra persona el poder de seguirlas ofendiendo, o que se van a rebajar o humillar. Sin embargo, es importante saber que perdonar no es aceptar lo inaceptable ni justificar males como maltratos, abusos, faltas de solidaridad o infidelidades. Tampoco es hacer  cuenta de que no ha pasado nada. Eso sería forzarnos o ignorar la realidad y a acumular resentimientos. Igualmente, perdonar no es tratar de olvidar lo que me han hecho, pues siempre es bueno aprender de lo vivido. Perdonar es sobre todo liberarse de  los sentimientos negativos y destructivos, tales como el rencor, la rabia, la indignación, que un mal padecido nos despertó y optar por entender que está en mis manos agregarle sufrimiento al daño recibido o poner el problema donde está: en la limitación que tuvo la persona que me ha lastimado en una determinada circunstancia. En síntesis, perdonar es: Otra manera, distinta de la rabia y el rencor, de ver a las personas y circunstancias  que creemos nos han causado dolor y problemas. 
El perdón no es un acto, un suceso, es un proceso, sobre todo con uno mismo. Exige tiempo, mucha valentía y sinceridad con uno mismo y con los demás. Al igual que sucede con el duelo no hay un tiempo estándar, no hay tiempos máximos ni mínimos. Depende de la persona, de la ofensa, de quien la ha infligido, del momento, de las circunstancias… de tantos factores… Y no siempre son los mismos ni en la misma medida. 
Perdonarnos a nosotros mismos es el proceso de: 1) reconocer la verdad; 2) asumir la responsabilidad de lo que hemos hecho; 3) aprender de la experiencia reconociendo los sentimientos más profundos que motivaron ese comportamiento y los pensamientos que hacen que nos sintamos culpables y continuemos juzgándonos; 4) abrirnos el corazón a nosotros mismos y escuchar compasivamente los temores y las peticiones de ayuda y valoración que hay en el interior; 5) cicatrizar las heridas emocionales atendiendo a esas peticiones de maneras sanas, amorosas y responsables, y 6) poniéndonos del lado del Yo y afirmando nuestra inocencia fundamental. Puede que seamos culpables de un  comportamiento determinado, pero nuestro Yo esencial es siempre inocente y digno de amor. 
Somos personas dignas de amor, el amor es la clave. Y el amor empieza por el amor a uno mismo.
¿Por qué perdonar?
Porque mientras con el odio y el rencor quedamos atados al mal que nos han hecho y nos estancamos concentrándonos sólo en el error y el dolor que una determinada acción nos causó, el perdón nos da la oportunidad de ver la falta como un error real pero sin la carga emocional que nos daña. Entonces, además de recuperar la paz, recobramos la lucidez para evaluar el daño en su dimensión real y tomar las medidas necesarias frente a la relación. Porque soy yo mismo(a) quien es responsable de producir la rabia o el odio y de aferrarme a ellos. La rabia, es una forma de satisfacer mi ego igualmente herido.
La reconciliación no es posible sin el perdón. 
Son procesos diferentes y no se pueden forzar; el perdón no necesariamente lleva a la reconciliación pero sí es un requisito imprescindible. Mientras el perdón es una decisión de cada persona, al interior de sí misma, la reconciliación supone la recuperación de la relación entre los dos. Lo ideal es por tanto que, una vez me libere de la rabia y renuncie a identificar a mi victimario con el error que cometió, nos dispongamos juntos a analizar el daño y buscar, en la medida de lo posible, una reparación. Dicha reparación supone que el ofensor reconozca su error, valore el efecto de lo que causó y pida perdón. El ofendido debe entonces igualmente aceptar las disculpas y ofrecer su perdón como la base para iniciar de nuevo una relación, sin rabia ni rencores, pero sabiendo que hay algo por mejorar. Mientras exista por tanto la voluntad de cambiar y la sensibilidad para aceptar las propias limitaciones y lo que ellas pueden causar, el perdón y la reconciliación serán casi siempre posibles. Cada uno somos un mundo. A unos les cuesta más perdonar a otros menos. Todos tenemos heridas, todos causamos heridas. Entonces solo queda preguntarse:
¿Qué elijo yo aquí y ahora? ¿Perdono o alimento mi herida? ¿Me aferro a la rabia, la culpa, el miedo, la tristeza, etc. o me doy y doy una nueva oportunidad? ¿Estoy dispuesta a transitar por el dolor para llegar al amor?
Y tú, qué elijes?
Lecturas compartidas.

miércoles, 20 de febrero de 2019

OVEJAS NEGRAS.





"Las llamadas 'Ovejas Negras' de la familia son, en realidad, buscadores natos de caminos de liberación para el árbol genealógico. Aquellos miembros del árbol que no se adaptan a las normas o tradiciones del Sistema Familiar, aquellos que desde pequeños buscaban constantemente revolucionar las creencias, yendo en contravía de los caminos marcados por las tradiciones familiares, aquellos criticados, juzgados e incluso rechazados, esos, por lo general, son los llamados a liberar el árbol de historias repetitivas que frustran a generaciones enteras. Las 'Ovejas Negras', las que no se adaptan, las que gritan rebeldía, reparan, desintoxican y crean una nueva y florecida rama... Incontables deseos reprimidos, sueños no realizados, talentos frustrados de nuestros ancestros se manifiestan en su rebeldía buscando realizarse. El árbol genealógico, por inercia, querrá seguir manteniendo el curso castrador y tóxico de su tronco, lo cual hace de su tarea una labor difícil y conflictiva... Que nadie te haga dudar, cuida tu 'rareza' como la flor más preciada de tu árbol. Eres el sueño realizado de todos tus ancestros".
Bert Hellinger


martes, 19 de febrero de 2019

MI ALMA TIENE PRISA.


Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora.
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de *dulces*; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos *dulces* en el paquete…
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. *Que sepa reír de sus errores*. Que no se envanezca, con sus triunfos. Que no se considere electa antes de la hora. Que no huya de sus responsabilidades. Que defienda la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
*Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas*…
*Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma*
Sí…, tengo prisa…, tengo prisa por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los *dulces* que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
*Mi meta es llegar al final* satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una...
Pedro Salinas