viernes, 22 de febrero de 2019

SOBRE LAS OFENSAS, EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN.




Pintura: "El perdón" ( Óleo sobre madera)
Autor: Eva José Cruz Pacheco

Las ofensas provenientes de nuestros seres queridos suelen doler más porque al daño recibido se le suma el sentimiento de haber sido de alguna manera traicionados en nuestra confianza, nuestros afectos o nuestras expectativas. Lo primero es  entender que toda persona se equivoca pues está siempre en proceso de aprender y desarrollarse. Y nadie está exento, por consiguiente todos estamos sujetos a lastimar y ser lastimados. Además, muchas de las limitaciones de los adultos para expresar el amor, provienen de las heridas emocionales que esa persona recibió en su infancia. Por eso, lo más probable es que detrás de los errores de una persona hay un niño o una niña herida que todavía debe crecer.
Todas las ofensas son importantes porque han causado una herida. Una herida mal curada puede causar muchos problemas, aun siendo aparentemente muy pequeña. Ofendemos y somos ofendidos. Nos causan dolor y causamos dolor y no siempre es por maldad. Hay ocasiones en las que ni siquiera somos conscientes del mal que hemos hecho o de lo que ha supuesto para la otra persona. Las ofensas dejan cicatriz pero hay belleza en las cicatrices. Al fin y al cabo… qué es la belleza. Las personas más bellas, para mí, son aquellas que lucen sus cicatrices, sin exhibicionismo, sin rabia, sin rencor, con elegancia y serenidad.
¿Qué es perdonar?
Muchas personas temen que al perdonar le van a dar a la otra persona el poder de seguirlas ofendiendo, o que se van a rebajar o humillar. Sin embargo, es importante saber que perdonar no es aceptar lo inaceptable ni justificar males como maltratos, abusos, faltas de solidaridad o infidelidades. Tampoco es hacer  cuenta de que no ha pasado nada. Eso sería forzarnos o ignorar la realidad y a acumular resentimientos. Igualmente, perdonar no es tratar de olvidar lo que me han hecho, pues siempre es bueno aprender de lo vivido. Perdonar es sobre todo liberarse de  los sentimientos negativos y destructivos, tales como el rencor, la rabia, la indignación, que un mal padecido nos despertó y optar por entender que está en mis manos agregarle sufrimiento al daño recibido o poner el problema donde está: en la limitación que tuvo la persona que me ha lastimado en una determinada circunstancia. En síntesis, perdonar es: Otra manera, distinta de la rabia y el rencor, de ver a las personas y circunstancias  que creemos nos han causado dolor y problemas. 
El perdón no es un acto, un suceso, es un proceso, sobre todo con uno mismo. Exige tiempo, mucha valentía y sinceridad con uno mismo y con los demás. Al igual que sucede con el duelo no hay un tiempo estándar, no hay tiempos máximos ni mínimos. Depende de la persona, de la ofensa, de quien la ha infligido, del momento, de las circunstancias… de tantos factores… Y no siempre son los mismos ni en la misma medida. 
Perdonarnos a nosotros mismos es el proceso de: 1) reconocer la verdad; 2) asumir la responsabilidad de lo que hemos hecho; 3) aprender de la experiencia reconociendo los sentimientos más profundos que motivaron ese comportamiento y los pensamientos que hacen que nos sintamos culpables y continuemos juzgándonos; 4) abrirnos el corazón a nosotros mismos y escuchar compasivamente los temores y las peticiones de ayuda y valoración que hay en el interior; 5) cicatrizar las heridas emocionales atendiendo a esas peticiones de maneras sanas, amorosas y responsables, y 6) poniéndonos del lado del Yo y afirmando nuestra inocencia fundamental. Puede que seamos culpables de un  comportamiento determinado, pero nuestro Yo esencial es siempre inocente y digno de amor. 
Somos personas dignas de amor, el amor es la clave. Y el amor empieza por el amor a uno mismo.
¿Por qué perdonar?
Porque mientras con el odio y el rencor quedamos atados al mal que nos han hecho y nos estancamos concentrándonos sólo en el error y el dolor que una determinada acción nos causó, el perdón nos da la oportunidad de ver la falta como un error real pero sin la carga emocional que nos daña. Entonces, además de recuperar la paz, recobramos la lucidez para evaluar el daño en su dimensión real y tomar las medidas necesarias frente a la relación. Porque soy yo mismo(a) quien es responsable de producir la rabia o el odio y de aferrarme a ellos. La rabia, es una forma de satisfacer mi ego igualmente herido.
La reconciliación no es posible sin el perdón. 
Son procesos diferentes y no se pueden forzar; el perdón no necesariamente lleva a la reconciliación pero sí es un requisito imprescindible. Mientras el perdón es una decisión de cada persona, al interior de sí misma, la reconciliación supone la recuperación de la relación entre los dos. Lo ideal es por tanto que, una vez me libere de la rabia y renuncie a identificar a mi victimario con el error que cometió, nos dispongamos juntos a analizar el daño y buscar, en la medida de lo posible, una reparación. Dicha reparación supone que el ofensor reconozca su error, valore el efecto de lo que causó y pida perdón. El ofendido debe entonces igualmente aceptar las disculpas y ofrecer su perdón como la base para iniciar de nuevo una relación, sin rabia ni rencores, pero sabiendo que hay algo por mejorar. Mientras exista por tanto la voluntad de cambiar y la sensibilidad para aceptar las propias limitaciones y lo que ellas pueden causar, el perdón y la reconciliación serán casi siempre posibles. Cada uno somos un mundo. A unos les cuesta más perdonar a otros menos. Todos tenemos heridas, todos causamos heridas. Entonces solo queda preguntarse:
¿Qué elijo yo aquí y ahora? ¿Perdono o alimento mi herida? ¿Me aferro a la rabia, la culpa, el miedo, la tristeza, etc. o me doy y doy una nueva oportunidad? ¿Estoy dispuesta a transitar por el dolor para llegar al amor?
Y tú, qué elijes?
Lecturas compartidas.

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