Pintura: "El perdón" ( Óleo sobre madera)
Autor: Eva José Cruz Pacheco
Las ofensas provenientes de nuestros
seres queridos suelen doler más porque al daño recibido se le suma el
sentimiento de haber sido de alguna manera traicionados en
nuestra confianza, nuestros afectos o
nuestras expectativas. Lo primero es entender que toda persona se
equivoca pues está siempre en proceso de aprender y desarrollarse. Y nadie
está exento, por consiguiente todos estamos sujetos a lastimar y ser lastimados.
Además, muchas de las limitaciones de los adultos para expresar el amor,
provienen de las heridas emocionales que esa persona recibió en su infancia.
Por eso, lo más probable es que detrás de los errores de una persona hay un
niño o una niña herida que todavía debe crecer.
Todas las ofensas son importantes porque han
causado una herida. Una herida mal curada puede causar muchos problemas, aun
siendo aparentemente muy pequeña. Ofendemos y somos ofendidos. Nos causan dolor
y causamos dolor y no siempre es por maldad. Hay ocasiones en las que ni siquiera
somos conscientes del mal que hemos hecho o de lo que ha supuesto para la otra
persona. Las ofensas dejan cicatriz pero hay belleza en las cicatrices. Al fin
y al cabo… qué es la belleza. Las personas más bellas, para mí, son aquellas
que lucen sus cicatrices, sin exhibicionismo, sin rabia, sin rencor, con
elegancia y serenidad.
¿Qué es perdonar?
Muchas personas temen que al perdonar
le van a dar a la otra persona el poder de seguirlas ofendiendo, o que se van a
rebajar o humillar. Sin embargo, es importante saber que perdonar no es
aceptar lo inaceptable ni justificar males como maltratos, abusos, faltas
de solidaridad o infidelidades. Tampoco es hacer cuenta de que no ha pasado nada. Eso sería
forzarnos o ignorar la realidad y a acumular resentimientos.
Igualmente, perdonar no es tratar de olvidar lo que me han hecho,
pues siempre es bueno aprender de lo vivido. Perdonar es sobre
todo liberarse de los sentimientos negativos y destructivos,
tales como el rencor, la rabia, la indignación, que un mal padecido nos
despertó y optar por entender que está en mis manos agregarle sufrimiento al
daño recibido o poner el problema donde está: en la limitación que tuvo la
persona que me ha lastimado en una determinada circunstancia. En síntesis,
perdonar es: Otra manera, distinta de la rabia y el rencor, de ver a las
personas y circunstancias que creemos nos han causado dolor y
problemas.
El
perdón no es un acto, un suceso, es un proceso, sobre todo con
uno mismo. Exige tiempo, mucha valentía y sinceridad con uno mismo y con los
demás. Al igual que sucede con el duelo no hay un tiempo estándar, no hay
tiempos máximos ni mínimos. Depende de la persona, de la ofensa, de quien la ha
infligido, del momento, de las circunstancias… de tantos factores… Y no siempre
son los mismos ni en la misma medida.
Perdonarnos a nosotros mismos es
el proceso de: 1) reconocer la verdad; 2) asumir la responsabilidad de lo que
hemos hecho; 3) aprender de la experiencia reconociendo los sentimientos más
profundos que motivaron ese comportamiento y los pensamientos que hacen que nos
sintamos culpables y continuemos juzgándonos; 4) abrirnos el corazón a nosotros
mismos y escuchar compasivamente los temores y las peticiones de ayuda y
valoración que hay en el interior; 5) cicatrizar las heridas emocionales
atendiendo a esas peticiones de maneras sanas, amorosas y responsables, y 6)
poniéndonos del lado del Yo y afirmando nuestra inocencia fundamental. Puede
que seamos culpables de un comportamiento determinado, pero nuestro Yo
esencial es siempre inocente y digno de amor.
Somos
personas dignas de amor, el amor es la clave. Y el amor empieza por
el amor a uno mismo.
¿Por qué perdonar?
Porque mientras con el odio y el
rencor quedamos atados al mal que nos han hecho y nos estancamos
concentrándonos sólo en el error y el dolor que una determinada acción nos
causó, el perdón nos da la oportunidad de ver la
falta como un error real pero sin la carga emocional que nos
daña. Entonces, además de recuperar la paz, recobramos la
lucidez para evaluar el daño en su dimensión real y tomar las
medidas necesarias frente a la relación. Porque soy yo mismo(a) quien
es responsable de producir la rabia o el odio y
de aferrarme a ellos. La rabia, es una forma de satisfacer mi ego
igualmente herido.
La reconciliación no es posible sin el
perdón.
Son procesos diferentes y no se
pueden forzar; el perdón no necesariamente lleva a la reconciliación pero sí es
un requisito imprescindible. Mientras el
perdón es una decisión de cada persona, al interior de sí misma, la
reconciliación supone la recuperación de la relación entre los dos. Lo ideal es
por tanto que, una vez me libere de la rabia y renuncie a identificar a mi victimario
con el error que cometió, nos dispongamos juntos a analizar el daño y buscar,
en la medida de lo posible, una reparación. Dicha reparación supone que el
ofensor reconozca su error, valore el efecto de lo que causó y pida perdón. El
ofendido debe entonces igualmente aceptar las disculpas y ofrecer su perdón
como la base para iniciar de nuevo una relación, sin rabia ni rencores, pero
sabiendo que hay algo por mejorar. Mientras
exista por tanto la voluntad de cambiar y la sensibilidad para aceptar las
propias limitaciones y lo que ellas pueden causar, el perdón y la reconciliación
serán casi siempre posibles. Cada uno somos un mundo. A unos les cuesta más
perdonar a otros menos. Todos tenemos heridas, todos causamos heridas. Entonces solo queda preguntarse:
¿Qué elijo yo aquí y ahora? ¿Perdono o
alimento mi herida? ¿Me aferro a la rabia, la culpa, el miedo, la tristeza,
etc. o me doy y doy una nueva oportunidad? ¿Estoy dispuesta a transitar por el
dolor para llegar al amor?
Y tú, qué elijes?
Lecturas compartidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario