Tú no eres tu apellido, tu color de ojos o piel. No
eres el colegio al que tuviste el privilegio de ir, tu título universitario, tu
"éxito laboral", ni el cargo que tengas donde trabajas. No eres el
auto que manejas, ni la casa donde vives; no eres tus viajes, todo lo que te compras,
ni tu dinero. No eres la "imagen o status" que quieres demostrar. No
eres con quien te casaste, ni los "estándares sociales" que sigues.
Nada de eso te hace mejor que nadie, porque nada de eso habla de quién
eres tú en verdad...
Tú eres *la amabilidad* que expresas al hablar, *el
perdón* que otorgas cuando te ofenden y *la empatía sincera* que tengas ante
cualquiera que pasa por un difícil momento.
Eres *la generosidad* que tengas al compartir lo que
no te sobra con otro, eres *la tolerancia* ante alguien que te impacienta y *la
humildad* de no hacer sentir a otros menos que tú.
Eres *la inclusión* al no discriminar a otros por sus
gustos, costumbres o posición, eres *la gentileza* que tengas hacia otro que no
pueda hacer nada por ti.
Eres *la bondad* que muestres ante un niño, un adulto
mayor o una mascota.
Eres *la inteligencia emocional* que proyectas al
pensar antes de hablar para no herir a otros.
Eres *la sonrisa que le brindas al desconocido* que
pasa a tu lado caminando o *el abrazo honesto* que compartes con otro ser
humano.
Eres *la madurez* y consecuencia con la que llevas la
vida, en lo que dices y en lo que haces.
Eres *la sinceridad* cuando miras al otro a los ojos y
le dices te amo, no por inercia sino sabiendo todo lo que amar de verdad
significa.
Eres *la fortaleza* que has construido, *la bondad*
que obsequias, la forma en que en plena conciencia percibes la vida, tu vida.
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