El primer propósito del delantal de la abuela, de la madre, de la tía, es proteger el vestido, pero, además... sirvió como un guante para quitar la sartén del fogón. Fue maravilloso secar las lágrimas y, en ocasiones, limpiar las caras sucias de los niños.
Desde el gallinero, el delantal se usó
para transportar los huevos y, a veces, los polluelos. Cuando llegaron los
visitantes, el delantal sirvió para proteger a los niños tímidos. Cuando hacía
frío tu abuela te abrazó con él.
Este viejo delantal era un fuelle,
agitado sobre un fuego de leña. Fue él quien llevó las papas y la madera seca a
la cocina. Desde la huerta, sirvió como una cesta para muchas verduras después
de que se cosecharon los guisantes, fue el turno de las coles. Y al final de la
temporada, se usaba para recolectar manzanas y duraznos caídos.
Cuando los visitantes llegaron
inesperadamente, fue sorprendente ver qué tan rápido este viejo delantal podía
dejar el polvo.
Cuando llegó el momento de servir las
comidas, la abuela, la madre o la tía, sale a la puerta de la casa a sacudir su
delantal y los hombres en el campo supieron de inmediato que tenían que ir a la
mesa.
La abuela también lo usó para poner el
pan justo fuera del horno en el alféizar de la ventana para que se enfriara. Pasarán
muchos años antes de que algún invento u objeto pueda reemplazar este viejo
delantal...
En memoria de nuestras abuelas, nuestras
madres y nuestras tías...
Autor: Ángeles Fuentes
(Tomado del muro Etnohistorias, Etnografía y Arqueología)
PD: ... y también, porqué no, a la memoria de tantas amigas, colegas y personas queridas con quienes compartimos mesa, el calor de nuestros fogones y la vida misma.
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