Aunque nos pese reconocerlo, aunque necesitemos tiempo para entenderlo, se trata, a final de cuentas, de una cuestión de enfoque, de lectura. Cuando una pareja se "separa", independiente de cuál haya sido la forma y la situación en la que esa separación se efectuó, en la esfera espiritual se observa siempre la misma imagen y lectura: en realidad no es una "separación", sino una emancipación.
En la conciencia diurna o vigilia, esas dos personas
no saben que inconscientemente han decidido en el mundo espiritual emprender un
camino independiente del otro para que cada uno pueda desarrollar lo que juntos
ya no sería posible.
Esencialmente se trata de una renuncia del ideal
materialista, esto es, la obligación de continuar juntos, estancados por
reglamento cultural cuando en verdad y en realidad la relación ya no es el
espacio fértil apropiado para el desarrollo personal. La relación ofreció, en
su unión original, todo el fruto posible, y debe morir ahora para que, en cada
uno, pueda nacer algo nuevo en aras del futuro:
"Me emancipo de ti para que puedas continuar tu
evolución como persona ya que juntos no será posible".
Si fuéramos conscientes de este hecho espiritual,
las "separaciones" tendrían un carácter más civilizado, cordial y
respetuoso; desaparecerían los reproches, las culpas; y la ira que muchas veces
inunda la relación social, contaminándola, estaría apagada, dando paso a la
cordialidad, el respeto y el deseo de que el otro pueda seguir creciendo en su
nueva experiencia de vida. No nos es posible separarnos de aquello a lo que
hemos estado unidos por amor. Ese vínculo será para siempre. Cuando los caminos
individuales se divergen o separan, se emancipan para una nueva vida. Una
emancipación conyugal es un verdadero acto de amor en sí mismo, una renuncia
por el bien del destino propio y del otro.
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