domingo, 10 de marzo de 2019

DE NOSTALGIAS Y OFRECIMIENTOS.



I
El alba inútil me sorprende.
El alba inútil me sorprende en una esquina desierta; sobreviví a la noche.
Las noches son como olas orgullosas; olas azul oscuro, de pesadas crestas, cargadas con los tonos de profundos despojos, cargadas de improbables y deseables cosas.
Las noches acostumbran misteriosos dones y rechazos, de cosas que se dan por la mitad y a medias se retienen, de delicias que albergan un hemisferio oscuro. Así obra la noche, yo te digo.
La marea, esa noche, me dejó los jirones y retazos disjuntos de costumbre: algunas amistades que odio, para charlar; música para sueños; la humareda de cenizas amargas. Las cosas a las que mi corazón hambriento no puede hallarles uso. La gran ola te trajo.
Palabras y palabras, cualesquiera, tu risa; y tú tan perezosa e incesantemente bella. Hablamos, y olvidaste las palabras.
El alba destructora me encuentra en una calle desierta, en mi ciudad.
Tu perfil que se aleja, los sonidos que conforman tu nombre, la cadencia de tu risa: esos son los ilustres juguetes que dejaste para mí.
Los revuelvo en el alba, los pierdo, los encuentro; se los cuento a los escasos perros vagabundos y a las pocas estrellas vagabundas del alba.
Tu rica vida oscura…
Debo alcanzarte, de algún modo; aparto estos ilustres juguetes que dejaste para mi, quisiera tu mirada subrepticia, tu sonrisa real; esa sonrisa solitaria y mordaz que la frialdad de tu espejo conoce.

II
¿Con qué podría retenerte?
Te ofrezco magras calles, ocasos desesperados, la luna de los corroídos suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente a la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que hombres vivientes han honrado en bronce: al padre de mi padre muerto en la frontera de Buenos Aires, dos balas a a través de sus pulmones, barbado y muerto,  amortajado por sus soldados en el cuero de una vaca; el abuelo de mi madre -con tan sólo veinticuatro años- encabezando una ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo espectros sobre desvanecidos caballos.
Te ofrezco, sea cual fuere, cualquier agudeza que puedan contener mis libros, cualquier hombradía o humor en mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que jamás ha sido leal.
Te ofrezco ese meollo de mí mismo que he salvado, de algún modo: el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños, y está intocado por el tiempo, por la alegría, por las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista en el ocaso, años antes de que hubieras nacido.
Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías de ti misma, auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; intento sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con la derrota.
Jorge Luis Borges.

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