Pintura: "Muerte y vida" / Gustav Klimt
El ineludible
hecho de morir.
Cuando
morimos queda todo ahí, los planes a
largo plazo, las tareas de casa, las deudas con el banco, las parcelas, las
joyas, el coche nuevo que compré para tener status. De repente morimos sin siquiera guardar la comida en el refrigerador,
todo se pudre, la ropa se queda colgada o puesta en su lugar.
Morimos y se disuelve toda la importancia que pensábamos que teníamos, la vida continúa, las personas superan tu ausencia y siguen sus rutinas normalmente. Morimos y todos los grandes problemas que creíamos que teníamos se transforman en un inmenso vacío. Los problemas viven dentro de nosotros. Las cosas tienen la energía que ponemos en ellas y ejercen en nosotros la influencia que permitimos.
Acabamos de morir y el mundo sigue siendo caótico, como si nuestra presencia o ausencia no hiciera la menor diferencia. En realidad, no la hace. Somos pequeños, pero prepotentes. Vivimos olvidando que la muerte siempre está al acecho.
El acto de morir, pues así es: un parpadeo y al otro ya estás muerto. El perro es donado y se aferra a los nuevos dueños. Los viudos se casan nuevamente, andan de la mano, van al cine, se divierten y te olvidan. Casi no hemos muerto aún y somos rápidamente reemplazados en el puesto que ocupábamos en la empresa. Las cosas que ni siquiera usamos, son donadas, algunas tiradas a la basura.
Cuando menos esperamos, la gente muere. Por otra parte, ¿quién espera morir? Si esperásemos por la muerte, tal vez procuraríamos vivir mejor. Tal vez usaríamos nuestra mejor ropa hoy, nuestro mejor perfume, viajaríamos hoy, tal vez comeríamos el postre antes del almuerzo. Quizás esperaríamos menos de los demás, si la gente esperase por la muerte, tal vez perdonaría más, reiría más, apreciara la naturaleza, tal vez valoraría más al tiempo y menos al dinero. Si la gente tuviera conciencia de que puede partir de este mundo en cualquier momento tal vez entendería que no vale la pena entristecerse con las cosas banales, oyese más música y bailase aún cuando no lo sepa hacer bien.
El tiempo vuela. A partir del momento en que uno nace, comienza el viaje veloz con destino al fin - y aún hay quienes viven con prisa!
Sin darse el regalo de percibir, que cada día más es un día menos, porque la gente muere todo el tiempo, poco a poco y un poco más, cada segundo que pasa.
Respondamos entonces, para nosotros, la pregunta:
Qué estoy haciendo con el poco tiempo que me queda?
Morimos y se disuelve toda la importancia que pensábamos que teníamos, la vida continúa, las personas superan tu ausencia y siguen sus rutinas normalmente. Morimos y todos los grandes problemas que creíamos que teníamos se transforman en un inmenso vacío. Los problemas viven dentro de nosotros. Las cosas tienen la energía que ponemos en ellas y ejercen en nosotros la influencia que permitimos.
Acabamos de morir y el mundo sigue siendo caótico, como si nuestra presencia o ausencia no hiciera la menor diferencia. En realidad, no la hace. Somos pequeños, pero prepotentes. Vivimos olvidando que la muerte siempre está al acecho.
El acto de morir, pues así es: un parpadeo y al otro ya estás muerto. El perro es donado y se aferra a los nuevos dueños. Los viudos se casan nuevamente, andan de la mano, van al cine, se divierten y te olvidan. Casi no hemos muerto aún y somos rápidamente reemplazados en el puesto que ocupábamos en la empresa. Las cosas que ni siquiera usamos, son donadas, algunas tiradas a la basura.
Cuando menos esperamos, la gente muere. Por otra parte, ¿quién espera morir? Si esperásemos por la muerte, tal vez procuraríamos vivir mejor. Tal vez usaríamos nuestra mejor ropa hoy, nuestro mejor perfume, viajaríamos hoy, tal vez comeríamos el postre antes del almuerzo. Quizás esperaríamos menos de los demás, si la gente esperase por la muerte, tal vez perdonaría más, reiría más, apreciara la naturaleza, tal vez valoraría más al tiempo y menos al dinero. Si la gente tuviera conciencia de que puede partir de este mundo en cualquier momento tal vez entendería que no vale la pena entristecerse con las cosas banales, oyese más música y bailase aún cuando no lo sepa hacer bien.
El tiempo vuela. A partir del momento en que uno nace, comienza el viaje veloz con destino al fin - y aún hay quienes viven con prisa!
Sin darse el regalo de percibir, que cada día más es un día menos, porque la gente muere todo el tiempo, poco a poco y un poco más, cada segundo que pasa.
Respondamos entonces, para nosotros, la pregunta:
Qué estoy haciendo con el poco tiempo que me queda?
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