Con el tiempo aprendí a no esperar nada de las
personas que conozco, porque muchas veces ellas, aunque quieran, no están
conmigo cuando más lo necesito.
Además aprendí a no juzgar a los hijos ajenos,
porque al final todos los hijos eligen sus propios caminos y los míos no son de
otro planeta.
Aprendí a amarme a mí misma, y no es por egoísmo,
es que nadie puede amar a otros sin antes amarse a sí mismo.
Aprendí a ser verdadera amiga aunque los demás no
lo sean conmigo, a guardar sus secretos, aunque ellos digan los míos, a
orar por ellos, a quererlos y a aceptarlos tal como son, aunque no comparta sus
mismas ideas.
Con el tiempo aprendí, a depender de mí misma para salir adelante, a que la
piedad y el amor no se mendiga, a ser emprendedora y no quedarme dormida en la
depresión o la indiferencia.
Aprendí que los hijos deben realizar lo que ellos
aman, no lo que yo les diga, no todos nacieron para la Universidad, algunos son
soñadores como yo y quieren ser artistas.
Aprendí que por más que me imponga como madre, no
siempre lograré que mis hijos hagan o dejen de hacer lo que más les gusta.
Aprendí a que no vale la pena llorar o enojarme
porque alguien rompa algún bien material de mi casa, porque las cosas con el
tiempo y el dinero se reponen, pero la relación con la familia puede
desgastarse si vivimos con violencia.
Aprendí a aplaudir el triunfo ajeno, a celebrarlo,
a expandirlo para que ellos sean reconocidos, sin importar que otros no lo
hagan conmigo.
Aprendí a valorar el bagaje de experiencia que a
través de los años me ha hecho mejor persona.
Con el tiempo aprendí a valorar lo aprendido.
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