lunes, 15 de abril de 2019

ORACIÓN PARA UN DUELO.



“Ausencia de Dios”

Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí,
doliente, persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única,
en mí, que estoy enteramente solo,
sobreviviéndote.

Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia,
ni que me atreva a preguntar
si cabes, como siempre, en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche,
desgarradoramente idéntica a las otras,
que repetí buscándote, rodeándote…
hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, ésa que no sabía.

Ahora, qué miedo inútil, qué vergüenza,
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandará siglos de cenizas.

Es tarde, sin embargo, yo daría
todos los juramentos y la lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí, que estoy enteramente solo,
sobreviviéndote.

Mario Benedetti.

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