“Ausencia
de Dios”
Digamos
que te alejas definitivamente
hacia
el pozo de olvido que prefieres,
pero
la mejor parte de tu espacio,
en
realidad la única constante de tu espacio,
quedará
para siempre en mí,
doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará
en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu
corazón de una promesa única,
en
mí, que estoy enteramente solo,
sobreviviéndote.
Después
de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente
agrio, de invencible ternura,
ya
no importa que use tu insoportable ausencia,
ni
que me atreva a preguntar
si
cabes, como siempre, en una palabra.
Lo
cierto es que ahora ya no estás en mi noche,
desgarradoramente
idéntica a las otras,
que
repetí buscándote, rodeándote…
hay
solamente un eco irremediable
de
mi voz como niño, ésa que no sabía.
Ahora,
qué miedo inútil, qué vergüenza,
no
tener oración para morder,
no
tener fe para clavar las uñas,
no
tener nada más que la noche,
saber
que Dios se muere, se resbala,
que
Dios retrocede con los brazos cerrados,
con
los labios cerrados, con la niebla,
como
un campanario atrozmente en ruinas
que
desandará siglos de cenizas.
Es
tarde, sin embargo, yo daría
todos
los juramentos y la lluvias,
las
paredes con insultos y mimos,
las
ventanas de invierno, el mar a veces,
por
no tener tu corazón en mí,
tu
corazón inevitable y doloroso
en
mí, que estoy enteramente solo,
sobreviviéndote.
Mario
Benedetti.
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