domingo, 27 de diciembre de 2020

GASTÓN BAQUERO.

 


Manos.

¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos?
Te pregunto otra vez.
Vicente Huidobro
Me gustaría cortarte las manos con un serrucho de oro.
O quizás fuera mejor dejarte las manos en su sitio
Y rodearte todo el cuerpo con una muralla de cemento,
Con sólo dos agujeros precisos
Para que por ellos sacases las manos a que aleteasen,
Como palomas o como prisioneros de un rey implacable.
Tus manos estarían bien guisadas con tiernos espárragos,
Doradas lentamente al horno de la devoción y del homenaje;
Tus manos servidas por doncellas de cofias verdes,
Trinchadas por Trimalción con tenedores de zafiro.
Porque después de todo hay que anticiparse a la destrucción,
Destruyendo a nuestro gusto cuanto amamos:
Y si tus manos son lo más hermoso de tu cuerpo,
¿Por qué habíamos de dejar que pereciesen envejecidas,
Sarmentosas ya, horripilantes manos de anciano general o
magistrado?
Procedamos a tiempo, y con cautela: un fino polvo de azafrán,
Unas cucharaditas de aceites de la Arabia perfumante,
Y el fuego, el fuego santificador, el fuego que perpetúa la belleza.
Y luego tus manos hermosísimas ya rescatadas para siempre.
Empanizadas y olorosas al tibio jerez de las cocinas:
¡Comamos y salvemos de la muerte, comamos y cantemos!
¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos? Creo que sí.
Por esto te suplico pases por el verdugo mañana a las seis en
punto,
Y dejes que te cercene las manos prodigiosas: salvadas quedarán,
Habrá para ellas un altar, y nos reiremos, nos reiremos a coro,
De la cólera ya inútil de los dioses.
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Con Vallejo en París-Mientras llueve.
Metido bajo un poema de Vallejo oigo pasar el trueno y la centella.
“Hay bochinche en el cielo” dice impasible el indio acorralado
en callejón de París. Furiosa el agua retumba sobre el techo
blindado del poema. Emprésteme Abraham, le digo, un paraguas, un cacho
de nube seca como el chuño enterrado en la nieve. Estoy harto
de no entender el mundo, de ser el pararrayos del sufrir, de la
frente al talón.
Alguien tiene que tenderme una mano que sea como un túnel
por donde al final no haya un cementerio. Dígame, Abraham,
cómo se las arregla para parir el poema que es ruana recia del
indio,
y es al mismo tiempo hombreante poema panadero, padrote,
semental poema.
Me cobijo, me enclaustro, me escabullo amigo Abraham en ese
parapeto
de un poema suyo donde se puede agüaitar, arriba, el paso del
hambre
que sale por el mundo a comerse gente carniprieta, a devorar
pobres y más pobres, requetecienmil pobres tiritando de hambre.
Oiga, Abraham, llamado César como un emperador de toga negra
y corona
de espinas, ¿cómo se las arregla para tristear sus poemas, si
nunca cesa
de llover miseria humana, y se nos tuercen todos los tacones
de los viejos zapatos, y el agua cala impiadosa los remiendos del
poncho?
Y qué risa me da que use usted nombre de imperial romano.
Usted
tendría que llamarse eternamente Abel o Adán, pero Abraham
está bien:
la mamacita de usted le llamaba Abrancito y le decía niño no
pienses tanto,
que en el pobre pensar no sirve para nada, pensar es sufrir más.
Oiga lo que le digo, Abraham:
tanta hambre paso en París que voy al Louvre a comerme el pan
y los faisanes
de un bodegón holandés. Le arrebato a un hombre de Franz Hals
un jarro
de cerveza y me harto de espuma. Salgo del museo limpiándome
el hocico
con el puño cerrado y digo ¿cuándo parará de llover en este
mundo, cuándo
en el techo de los pobres no rebotarán más piedras y lloverá maíz
en vez de luto?
Y agarro el bastón de Chaplin, me subo el cuello de la chaqueta y
salgo
en busca de un refugio, de un cobijo donde pasar lo que reste de
llanto.
Me siento a caminar por la tristura y vengo aquí al providente
amigo
a pedirle emprestado un jergón para echarme a dormir, déjeme
por un siglo no más un poema suyo, testicular semilla, antihambre
poema,
antiodio poema vallejiano, déme un alarido sofocado por miedo
al carcelero,
un alarido en quéchua o en mandinga, pero con techo y suelo donde echarse a morir
digo, a dormir, me contradigo, me enrosco, me encuclillo, vuelvo a
ser feto
en el vientre de mi madre; me arrebujo y oigo su rezongar andino
sollozante:
a París le hace falta un Aconcagua, y voy a lloverle a Dios sobre
su misma cara
el sufrimiento de todos los humanos.
Alguien dice carcasse
y yo digo esqueleto. Hasta de espaldas se ve que está llorando,
pero empresta
el refugio piadoso que le pido, y me echo a morir, digo, a dormir,
acorazado
por el poema de Abraham; de César, digo; quiero decir, Vallejo.
Gastón Baquero.

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