La herida.
Nada, ni el sordo horror, ni la ruidosa
verdad, ni el rostro amargo de la duda,
ni este incendio en la selva de mi cuerpo
que amenaza con no extinguirse nunca,
ni la terrible imagen que golpea
mis ojos y tortura mi cerebro,
ni el juego cruel, ni el fuego que destruye
esa otra imagen de armonía y fuerza,
ni tus palabras, ni tus movimientos,
ni ese lado salvaje de tu calle,
impedirán que encienda en tu costado
la luz que da la vida y da la muerte:
tarde o temprano sangrará tu herida,
y no será momento de hacer frases.
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Vampirismo.
Y en tus ojos oscuros y sombríos
se dibujó la llama del deseo,
y entonces comprendí que no tenías
un nombre, sino muchos, tan obscenos,
como difícilmente pronunciables,
y te supe sin máscaras ni velos,
mas antigua que el mar y las estrellas,
que los bosques, los mitos y los sueños,
y tuve miedo, y encendí la luz,
y vi unas marcas rojas en mi cuello.
Luis Alberto de Cuenca.
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